Impostora

Quizá llevaba tanto sin escribir por la problemática de la pérdida, del escribir sin un rumbo especialmente aplicado, pues todo lo que yo escribo tiene, al menos, la finalidad de llenarlo con todo aquello que siento. Por esta razón, hacía mucho que no sabía construir una sola línea: no sé quién soy.


Antes de comenzar este post -y de dejar de estudiar Morfosintaxis- he retomado ese cuaderno de sastre en el que se encuentran distintas rutinas que he intentado crear y que no he cumplido, apuntes de las últimas lecturas que he hecho, guiones de distintas exposiciones para clase o, incluso, frases que quiero recordar eternamente, por no mencionar la gran cantidad de “desnudeces” que un cuaderno puede llegar a albergar. 


En fin, aparcando ese paréntesis, quería comentar que he escrito sobre quién quiero ser y, aunque pueda  resultar ridículo, porque al elegir la carrera ya hay un rumbo más o menos establecido, me he visto en blanco. No sé quién quiero ser porque no sé quién soy. He pensado, de nuevo, en la frase de “Roma es pasado y proyección” que tanto gusta y que cuanto más la escucho más siento que toma distancias conmigo. Personalmente, aun sin contar la historia de esta frase, creo que la dije porque supone un anhelo de todo lo que nunca he sido. Y que me perdone Julián Marías por semejante grosería.


Hace unos días estuve preguntándome si verdaderamente quería dedicar toda mi vida al Siglo de Oro, tal y como reconozco desde que tengo un poco de conciencia. Y la respuesta, como es de esperar, fue un no porque estoy decepcionada con muchos de los aspectos de mi vida que, equivocadamente, conectan con este ámbito académico (tonta de mí pensar que no ocurriría esto: estudio Filología. Soy lo que leo). Sin embargo, la respuesta fue igualmente negativa cuando pensé en la literatura hispanoamericana. En suma, todas y cada una de las cosas que me han llamado la atención a lo largo de mi vida han huído de mi dilección.


No obstante, es aquí cuando el foco de angustia se ha disipado. A pesar de mis últimos días en los que me he encontrado tan dispersa en lo que atañe al que pensaba que iba a llamar “el profesor de mi etapa universitaria”, nunca voy a dudar de la afirmación de que es un genio y menos cuando dice tan frases tan sabias como: “huir del carrerismo para encontrar la vocación”. Y es aquí cuando una recuerda todas esas certezas y la reiteración de “eres una alumna muy vocacional”. De hecho, es aquí cuando una no olvida que el haber leído Cien años de soledad le cambió la vida o que el hablar del silencio en el teatro de Tirso de Molina es casi el mismo beso de amor que el de Aurora y don Rodrigo a través de un vaso. Es aquí cuando una entiende por qué Machado simbolizó un inicio y, sin embargo, es Juan Ramón Jiménez quien le está haciendo degustar el cielo, o cuando una prefiere el verso duro medieval al endecasílabo de Garcilaso. Quizás es también aquí cuando una recuerda que, como diría Barthes, la escritura llega cuando la palabra cesa.


A veces, por tanto, duele ver que todos esos trozos que han llegado a construir una persona se rompen y no son más que una memoria rota, que es un poco lo que me ocurre ahora. Es decir, por mucho que haya sido y que, incluso, pueda haber rastro de todo ello, ya no soy la misma y no hay casi un ápice de ese recuerdo. 


Ahora la preguntas son quizá un poco más complicadas: ¿qué quiero ser ahora?, ¿por qué dejé Periodismo? o ¿por qué me pone tan nerviosa sacar malas notas?


Diría, por cierto, que la que más me cuesta responder es la segunda, pues, como sabéis, vivo en esa pregunta desde casi el inicio de este blog. No obstante, todo gira en torno a una experimentación que ya no rozo siquiera y que, al mismo tiempo, era casi el único material que me construía. He dejado de ser valiente: no escribo porque temo la crítica, no había pintado hasta ahora porque eso solo se le daba bien a mi hermano. No leo a Julián Marías o los mil y un ensayos de filosofía que quiero leer sobre el silencio porque creo que no merecen tanto la pena para el rumbo que está tomando mi vida (y eso que ahora mismo no hay ninguno; imaginaos mi cabeza). Y tampoco sueño con el amor porque no quiero entender cómo funciona.


Por eso, digo con muchas dudas que quiero dejar de ser una huella de ese pasado. Que quiero escribir hasta las tantas olvidando mis entregas, que quiero leer a Emilio LLedó por gusto personal, que quiero escuchar a Silvio Rodríguez o a Serrat mientras dejo la habitación llena de pintura y que quiero caerme a un río si es por haber estado jugando con la naturaleza. Por ahora quiero esto, para, al menos, ser hoy por si mañana vuelvo a no saber.


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